Para quienes no saben, tuve la oportunidad de ser profesor de programación en la Escuela Da Vinci, lugar donde también estudié. Llegando al final de cursada en mi último año, el coordinador de la carrera me ofreció evaluarme como profesor si me recibía ese año, cosa que pude lograr. Estuve dando clases durante un año hasta que a fin de 2019 pude entrar a Etermax, dejando así la docencia. Mi intención esta vez es contar un poco de mi experiencia como profesor ese año.
Antes que nada, para empezar creo que explicar el síndrome del impostor va a ser lo mejor.
Síndrome del Impostor
El síndrome del impostor se refiere a un trastorno psicológico muy común donde uno cree que es menos de lo que realmente es. Un síndrome donde uno se considera un fraude, que cuando todos se den cuenta te despedirán o tomaran acciones contra vos. Un síndrome que te hace sentir que nunca estás a la altura. En otro artículo hablaré en profundidad de esto, pero por lo pronto les dejo un artículo ajeno.
Lo primero que me pasó cuando me ofrecieron el trabajo es ¿por qué? ¿por qué yo? Nunca me consideré mejor que el promedio programando, siempre sentí que mi código estaba lleno de errores y problemas. Esto, obviamente, terminó afectándome en mi nuevo trabajo como docente. ¿Cómo yo, un chico que no era bueno programando, podía estar a la altura del resto de profesores de programación? Todos mis compañeros docentes estaban en un piso superior, uno al que me faltaba mucho para llegar. Entonces, apareció el pánico.
Antes de empezar las clases, y sintiendo todavía una abismo enorme entre mis compañeros y yo, recurrí a tratar de aprender todo lo que podía para estar a un "nivel mínimo". Esto significó innumerables horas a la madrugada e incansables esfuerzos para estudiar todos los días lo que me generaba desconfianza. Con el tiempo, pude reforzarme y atacar esos sentimientos para poder dar clases más seguros.
Primer día de clases
Si mal no recuerdo, tenía 3 clases ese día: dos a la tarde y una a la noche. Obviamente, estuve muy nervioso pero resultaron bastante bien las dos primeras clases. Lamentablemente, no pude decir lo mismo de la última.
Desde el momento de empezar con la clase, comencé a temblequear. Mezclaba conceptos, no encontraba ciertas herramientas, me aparecían errores, me trababa con palabras. Fueron dos horas intensas donde trataba de mantenerme sereno y no sucumbir al pánico sin resultados. Si alguno pasó por alguna de estas situaciones sabe que intentar controlarse en momentos así resulta en sólo más problemas y tensiones. Al final del día, tuve que disculparme con los chicos porque no había podido resolver varios problemas y dudas.
Quizás lo gracioso de todo esto es cómo comen los nervios, porque apenas llegué a mi casa dispuesto a averiguar sobre las dudas y resoluciones me di cuenta o ya que sabía cómo resolverlo pero en el momento me había bloqueado o tenía que sentarme menos de cinco minutos para resolver un error simple.
Creo que lo que me quedó de toda esta experiencia fue sobretodo a aprender a lidiar con los errores. Los errores pasan y son inevitables, la magia está en cómo los atacás. Si se atacan con miedos a ser criticado o quedar como un inútil sólo van a haber respuestas como si fueses ese inútil. En cambio, una vez sorteado y controlado el síndrome del impostor uno puede manejar los problemas como un problema más de tantos.
Pero esto principalmente fue al principio, ¿cómo siguió el tema después?
Aprender enseñando
A la hora de querer enseñar algo, no basta con simplemente conocerlo. Uno debería saberlo lo suficiente para poder explicárselo a alguien que desconoce el concepto y que lo pueda entender, además de cubrir un poco de los temas relacionados para poder enmarcarlo mejor y dar una respuesta más rica en contenido.
Por esta razón, otro punto de los que más destaco es que aprendí muchísimo en mi año de docente. Porque pude aprender en profundidad los mismos temas que yo había aprendido en su momento como alumno, y porque pude aprender todavía más rodeado de compañeros docentes que probablemente pasaron por lo mismo en su momento.
Realización profesional
Uno de los puntos que más notaba mientras daba clases era el impacto que tenía en un profesor cuando un alumno o curso no tenía interés en aprender. Era bastante frustrante en mi caso, y pude ver el reflejo de mi en secundaria o quizás alguna clase de Da Vinci, que en ese momento no caía en esas consecuencias.
Es duro querer enseñar, poner toda tu voluntad y esfuerzo y sentir que un curso lo está ignorando o no le interesa. A veces quizás ayudan a uno a plantearse cómo hacer que sea interesante, pero es verdad que a veces el planteo puede ser que la otra persona no le interese el rubro directamente.
Si bien tuve experiencias de miedos y frustraciones, no me llevé una experiencia enteramente negativa o no recomendable. Uno aprende mucho tanto en lo profesional como en lo personal de estas situaciones. Además, me falta mencionar quizás uno de los puntos más importantes.
Motivaciones de enseñar
Otro punto que me parece importante destacar es lo mucho que aporta a la vida del profesor cuando los alumnos están motivados a aprender. Tengo el recuerdo de varios alumnos específicos que tenían un interés real y genuino en querer aprender, y con ellos era muy ameno trabajar. Siempre cuando preparaba una clase sentía la motivación de buscar más o encontrar nuevos temas a tratar para los alumnos.
Fueron varias las veces donde los alumnos hicieron que me levante con ganas de enseñar y ser parte de su progreso. El peso que siente uno cuando ve el crecimiento de una persona y poder ser parte de ese crecimiento te llena mucho. Puede incluso no ser un crecimiento necesariamente profesional. Tuve muchos alumnos en cursos de 9 a 12 años, y recuerdo con inmensa alegría cuando me agradecían por ayudarlos a poder hacer un juego. Recuerdo otro chico que me había puesto en los créditos de su juego dedicándome unas palabras por ayudarlo.
Tuve el placer de poder ser profesor de alumnos desde 9 años a 30 incluso, y cada uno me enseñó mucho. Realmente, fue un placer y los recordaré con mucho cariño. Pero si hablamos de la parte buena, hay que hablar de la otra cara de la moneda
Conclusión
Dejo muchas cosas en el tintero para otro momento, pero estos son los puntos más importantes que a día de hoy me ayudaron.
Me llevé muchísimas experiencias y aprendizajes de mi año como profesor. Aprendí a manejar mis errores, empecé a encaminarme para no frustrarme si sentía que no estaba al nivel de mis compañeros, aprendí un poco sobre el síndrome del impostor. Pude encontrar mucha alegría ayudando alumnos resolviendo dudas o explicando conceptos, y pude aprender mucho de la industria actual de videojuegos. Mantengo muchas amistades que eran compañeros de trabajo y mismo alumnos, con personas increíbles. Personas que admiro y de las que aprendo día a día.
Tuve una muy buena experiencia que espero repetir algún día, pero ahora con una mente mucho más madura y con muchos más conocimientos que espero poder enseñar en el futuro.